Peñíscola ha sido encrucijada de cuantas civilizaciones
mediterráneas han navegado por este mar de bonanza y cultura.
Fenicios, griegos, cartagineses, romanos, bizantinos y árabes
apreciaron su ventajosa situación estratégica y su seguridad
como fortaleza.
Bajo la denominación de Penyíscola, los musulmanes llegados el
año 718 integraron los castillos de Cervera y Polpís y las
alquerías de Beni Ar-rus (Vinaròs), Beni Gazló (Benicarló),
Irta y la propia Peñíscola.
Alrededor del año 1319 pasa a la
todopoderosa Orden de Montesa, que se la entregará en usufructo
al cardenal aragonés Pedro Martínez de Luna, el mismo a quien se
le rendiría tributo años después como Benedicto XIII, el Papa
Luna.
El Papa del Mar
A caballo entre los siglos xiv y xv, el Cisma de Occidente
marcaría la historia de la Iglesia con la presencia simultánea
de dos Papas. Uno de ellos fue el Papa Luna. Sustituyó a
Clemente VII como Papa de Avignon con el nombre de Benedicto
XIII, al tiempo que otro Papa se instalaba en Roma con la
obediencia de ingleses, alemanes e italianos. Desautorizado, el
Papa Luna se autoexilió a Peñíscola en 1411, convirtiendo el
castillo en palacio y biblioteca pontificia.
La ciudad antigua, conjunto Histórico-Artístico
(1972)
La
fortaleza de Peñíscola incluye el castillo y sus murallas,
construidas en distintas épocas adaptándose a la orografía
accidentada del peñón y contribuyendo a la leyenda de fortaleza
inexpugnable.

En las murallas del castillo de Peñíscola se distinguen tres zonas que responden a
estructuras arquitectónicas y militares diferentes. Así,
encontramos fortificaciones medievales, renacentistas y algunas
intervenciones realizadas en el siglo xviii. Destacan, por
ejemplo, las murallas que mandó erigir Felipe II entre 1576 y
1578, obra del más importante arquitecto-ingeniero de la época,
el italiano Juan Bautista Antonelli.
El castillo es obra de los
templarios, terminado por los montesianos en el siglo xiv y
modificado después por el Papa Luna. Está emplazado en la parte
más alta del peñón a una altura de 64 metros sobre el nivel del
mar. Enfrente del patio de armas se levanta la iglesia del
castillo, antiguamente dedicada a la Virgen María y a los Tres
Reyes Magos. Entre la iglesia y el palacio pontificio se
extiende un amplio salón gótico. Una puerta comunica con el
palacio.
Una ciudad en el mar
La Playa Norte es la playa de Peñíscola por antonomasia. Con una
longitud aproximada de cinco kilómetros y 44 metros de anchura
media, alterna zonas de arena (3 km) con bolos en el extremo más
alejado de la ciudad. Se trata de una playa de aguas tranquilas
y excelentes equipamientos. En el paseo marítimo que la bordea
se suceden cafeterías y restaurantes, kioskos y tiendas
especializadas en productos para el sol y el baño.
La última sierra virgen
En la costa sur se halla la sierra de Irta, una alineación
montañosa con 573 metros de altura máxima y 15 kilómetros de
fachada litoral. A Irta se puede llegar cruzando los antiguos
senderos rehabilitados recientemente con un sistema de
señalización específico. En la sierra de Irta puede visitarse la
ermita de Sant Antoni que data del siglo xvi.
Ciudad cultural
Peñíscola es, hoy en día, escenario de importantes
acontecimientos culturales de ámbito internacional. Inaugura el
año el Premio de Relatos Breves Ciudad de Peñíscola, cuyo jurado
está compuesto por prestigiosos miembros de la Real Academia
Española de la Lengua.
El placer del mar en la mesa
Son tradicionales en la cocina autóctona el all-i-pebre de rape,
los polpets (‘pulpitos’) o el suquet de peix, así como los
mariscos, dátiles de mar, caracoles puntxents (‘cañadillas’),
mejillones, caixetes, cigalas, etc. Sin olvidar que el paladar
agradecerá probar los suculentos arroces en sus variedades
marineras, la paella y la fideuà.
Al son de Les Danses
Las fiestas de mayor importancia se celebran en honor a la Verge
de l’Ermitana, a partir de la noche del 7 de septiembre. La
máxima expresión de estas fiestas son Les Danses, espectáculo
que engloba música, baile, actividades lúdicas, etc. Les Danses
están compuestas por varios grupos que representan a diferentes
estamentos populares.
El más característico es el de los dansants o ‘danzaires’, por
su sabor arcaico. Incluso se considera que sus movimientos
derivan de remotos rituales agrario-guerreros propios del
Neolítico. Destaca también por la
espectacularidad de su
escenografía, la colorista fiesta de Moros y Cristianos. |